La tecnología y yo… yo y la tecnología.
Reflexionar acerca de mi relación con la tecnología en los
últimos años es un desafío.
Digo esto no porque vaya a ponerme a describir los cambios
técnicos operados (cosa que no podría ni intentar), sino porque me encuentro,
como todos quienes vivimos en este tiempo, inserta en el propio proceso de
cambio.
Cuando uno se encuentra “en” la transformación no puede
apreciar la magnitud de lo modificado, porque todo resulta natural… todo está
ahí, al alcance de la mano.
Pero basta “parar la pelota” un ratito para notar que
vivimos un tiempo brutal, de sacudones y remezones constantes, en el que lo que
hace una veintena de años existía como novedad hoy es no solo obsoleto, sino
pieza de museo.
Quién no ha visto en alguna exposición de arte contemporáneo
una instalación que incluya una Commodore 64, un teléfono fijo de los que
tienen el disco para marcar el número al que se quiere llamar o un celular “con
tapita”.
Si bien nunca he sido muy “tecnológica”, he cargado en mi
cartera un pesado “ladrillo” Movicom para hablar por teléfono sin necesidad de
encontrar uno público, ha pasado de la conexión a Internet a través del cable
telefónico al WI FI y me he sumergido, en la parte pandita nomás, de alguna red
social.
Cuento como anécdota que allá por el año 1997, con un grupo
de estudiantes seleccionados para representar a la UNCuyo en Naciones Unidas,
fuimos autorizados excepcionalmente a ocupar “la” computadora con conexión a
Internet que había en el viejo edificio del Rectorado, donde hoy funciona
Educación a Distancia, para buscar información para el evento.
Entrábamos luego que se hubiera retirado el personal administrativo,
escoltados por un guardia de seguridad que nos ponía las claves necesarias (a
las que nunca accedimos) y disponíamos de dos horas, dos veces por semana… con
la velocidad de la conexión de esa época poco podíamos hacer, pero era una
experiencia de otro mundo… nos sentíamos en una futurista película de Hollywood.
Hoy con mis alumnos googleamos información en clase, en los
teléfonos celulares. Nos reímos mientras miramos los retratos de los pensadores
de otros siglos proyectados en la pantalla/pizarrón por medio de un Prezi. Nos
desafiamos a encontrar rápidamente un artículo en un buscador académico. Leemos
ensayos de los miembros de la clase y los comentamos en un foro a través del
aula virtual…. Todo nos parece natural.
No obstante todos esos cambios y evoluciones, el rol docente
permanece allí. Seguramente diferente al que yo experimenté cuando me sentaba
en los pupitres, pero igual de necesario.
No importa cuanta información haya almacenada en la red,
siempre va a ser preciso que alguien nos dé una mano para saber dónde y cómo
buscarla, aunque sea solo una vez. Siempre va a resultar necesario alguien que
nos haga dudar de lo que sabemos, para ir más allá y ampliar aquello que nos
apasiona. Siempre vamos a necesitar que alguien nos guíe al investigar y nos
enseñe a no cometer plagio involuntariamente.
Vivimos en un momento de cambio tan brutal en los modos de
producir, de conocer, de relacionarnos que quizás no lleguemos a apreciar la
magnitud del mismo y solo esté claro en el paper de algún arqueólogo dentro de
varios años… o siglos.
Pero justamente por eso los docentes e investigadores
tenemos la necesidad social de tratar de vislumbrar vestigios de esas modificaciones
y de preparar, preparándonos en lo que podamos, a las nuevas generaciones para
abrazarlas en toda su dimensión.
Quienes como docentes hemos pasado de escribir
transparencias con microfibras para usarlas en el retroproyector, a hacer Power
Points, diseñar Prezis y utilizar aulas virtuales sabemos que podemos contar
con las TIC para nuestra labor. Pero también tenemos que reflexionar y actuar
en pos de un cambio de mirada.
Esto no se debe a las TIC en sí mismas, sino a que tenemos
que ser conscientes de la necesidad de educar para nuevas formas de producir,
de conocer y de relacionar. Es, entonces, en la crítica, en la autonomía, en la
capacidad de selección y de discernimiento en donde está lo que podemos aportar,
apoyados por las nuevas tecnologías… por lo menos quienes nos dedicamos a las
ciencias sociales.
Comparar la notebook que uso ahora con la máquina de
escritorio en la que escribí mi Tesina de grado; la cámara de fotos analógica
que llevé en mi primer viaje de estudios con la cámara que tengo en mi celular
o el retroproyector con un Prezi es comparar tecnologías separadas por una
veintena de años, quizás algún lustro más, pero que en realidad están a años
luz de distancia en sus aplicaciones y potencialidades. Lo mismo ocurre con la
docencia y para ese cambio busco formarme y mejorar mis competencias.

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